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ISLA CHAÑARAL

Desde la solitaria localidad de Domeyko, nos desviamos de la ruta 5 norte, para internarnos por el desierto costero de Atacama, mientras que los vehículos dejan su huella de polvo en medio de la soledad, no podemos dejar de imaginar cómo pudo ser el verdadero aspecto del paisaje que nos rodea hace miles de años, cuando prácticamente no había nada, es inevitable generar, o al menos intentar, crear una imagen mental de la flora y la fauna de estas inhóspitas tierras áridas. Seguramente eran rutas traperas o caravaneras desde lo profundo del desierto hacia las ricas zonas costeras, agua y frutos del mar, tesoros que fueron sin duda alguna invaluables para las culturas los valles interiores.

Con el cerro Altar a nuestras espaldas que se yergue sobre este escenario con un poco más de 1.700 metros de altura, y pasando por un sector llamado Punta del viento, flanqueado siempre por intricadas quebradas perpendicularmente al Océano Pacífico, nos dirigimos hacia Caleta Chañaral de Aceituno.

Es inmensamente atractiva la mística de estos parajes y que en parte son inexplicablemente ricos en biodiversidad, por ello la flora toma protagonismo en el trayecto, como diciendo, ¡Hey acá estamos mírennos!, a pesar de que no a caído ni una gota de lluvia para hablar de que estamos en presencia del tan famoso desierto florido, de todas formas, las Rhodophiala laeta (Añañucas blancas) se presentan largas y estilizadas al viento que las hace bailar, así como las encendidas Cistanthe longiscapa (Patas de Guanaco) o la bella sencillez de la Balbisia peduncularis (Amancay) sólo por nombrar las que hoy se pueden apreciar, no obstante no están solas, sin hacerse esperar a la distancia se ven grupos de Lama guanicoe (Guanacos) que recorren extensas distancias ramoneando cuanto encuentran en su camino.

Luego de casi una hora viajando entre amplias panorámicas, veranadas y vestigios de ocupación antigua llegamos a nuestro destino, la caleta Chañaral de Aceituno, lo primero visible además de los coloridos botes de pesca fondeados en esta suerte de mini bahía, es una recreación de una cola de ballena emplazada a costado de un gran domo blanco, es la primera señal de que estamos en un lugar donde se vive y respira la magia de la naturaleza marina.

Tal vez, estas playas y roquerios rompeolas fueron escenario cotidiano para los antiguos pueblos nómades de los Camanchacas o como fueron renombrados a mediados del siglo XVII como Changos, ellos habitaron las costas del basto desierto de Atacama hasta más al sur de Coquimbo.

Los Changos eran eximios pescadores y navegantes de costa, la corriente de Humboldt ha sido y será una fuente inagotable que genera una rica biodiversidad, lo que los Changos supieron aprovechar sin afectar al equilibrio natural, sólo lo necesario para subsistir. Seguramente ante ellos y lo lejos se vislumbraba una enorme silueta que parecía flotar en el mar, que quizá cuantos mitos y leyendas generó, hoy la conocemos como Isla Chañaral, como los Camanchaca no dejaron lengua escrita, se desconoce si esta isla tubo algún nombre en Kunza o Aymará, no obstante, de que fue importante para ellos, no hay duda que lo fue.

Este imponente trozo de tierra insular, está ubicado a 6 kilómetros de la costa y definitivamente alberga vida… mucha vida, y por cierto no sólo en tierra, sino que en el mar que la rodea, considerando a este territorio marino como un punto HotSpot de la biodiversidad a nivel mundial.

La Isla Chañaral pertenece al complejo birregional insular de la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, donde también están las islas Damas y Choros en la región de Coquimbo. Por tanto, se conoce su importancia e incalculable valor natural. En una embarcación de tipo turística zarpamos en busca de una visión panorámica de la isla, sólo queríamos obtener una imagen distante de este santuario, porque cuando algo rebosa de vida, sólo basta con observar con respeto para entender que la fauna no necesita de nuestra invasiva presencia.

 

 

 

En el oleaje de alta mar que azota al bote, al punto que parece que lo partirá en dos en esta agitada antesala para llegar a la isla la presencia de varios Tursiups truncatus (Delfines nariz de botella) no se hace esperar, nadan a velocidades extraordinarias como cerciorándose de que los que vamos en el bote no representamos un peligro para ellos, sus espiráculos y sus aletas dorsales rompen el esquema del océano mientras se asoman y desaparecen furtivamente.

Nos acompaña a la llegada a la isla, una bruma que cubre las cimas de los vertiginosos acantilados, por eso nos fue inevitable oír en nuestra memoria auditiva el soundtrack de la película Jurassic Park, por la semejanza con la ficticia Isla Nublar y como si fuera parte de una de las escenas de la cinta, una pareja de grandes Pelecanus thagus (Pelicanos) pasan volando por el costado del bote a ras de las ondulantes marejadas.

Arriba, la isla es en sí una caja de sorpresas, definitivamente, es un bioma muy variado que lo hacen único, hay al menos casi 60 especies de plantas vasculares como las mencionadas Rhodophiala bagnoldii (Añañuca, pero amarilla) o las Alstromeria philippi (Lirio) de pronto mientras circunnavegamos la isla, un tímido Lontra felina (Chungungo) nada despreocupado entre las algas y rocas, él pertenece a uno de las 68 especies de vertebrados terrestres que se encuentran aquí, así como el Otaria flavescens (Lobo marino de un pelo).

Ir a lugares como este es un ejercicio muscular importante para los globos oculares, porque se está todo el tiempo buscando especies entre las rocas, los acantilados o desfiladeros por ello las cámaras no paran de obturar. No obstante, donde no hay que esforzarse mucho para maravillarse con la riqueza de este ecosistema terrestre y marino, es por lejos la avifauna, las aves son las que roban la atención, con el motor apagado del bote o en baja revolución nos concentramos en todo lo que vuela y que pasa desde lo lejos a posarse en cuanto recoveco hay, naturalmente quien ocupa muchos megabites de las tarjetas de memoria es el Spheniscus humboldtii (Pingüino de Humboldt), aunque fuera de temporada y desde el borde costero de la isla se ven pocos de todas formas alguno se encarga de estar siempre presente para las miradas, con su aparente caminar torpe se mueven entre nidos y puntos de descanso de Phalacrocorax bougainvilii (Cormoran Guanay) o de los inquietos Phalacrocorax Gaimardi (Lile, fotografía de portada) incluso entre lobos marinos y sin dejar de mencionar a las más abundantes que llenan los condominios de rocas y cornizas como el Sula variegata (piquero común) o la infaltable Larus dominicanus (gaviotas dominicana).

Pero como en todo orden de cosas, no siempre todos vienen a la fiesta, en esta ocasión no pudimos registrar ni Puffinos griseus (Fradela negra) que es un ave emblemática de esta isla, ni Pelecanoides garnoti (Yunco) o también Phaetus aethereus (ave del trópico de pico rojo), así mismo el Limosa haemastica (Zarapito de pico recto). Por otro lado, tuvimos un par de avistamientos de Theristicus malonopis (Bandurria), que si bien no es tan extraño verlos acá de igual manera es más un habitante de campos abiertos, pastizales o áreas boscosas precordilleranas y lo más cerca en su distribución norte es en las costas marinas, pero ¿A seis kilómetros del continente?, no deja de ser curiosa su gran habilidad exploratoria.

Esto y más es Isla Chañaral, como también lo son Isla Damas e Isla Choros, que las conoceremos probablemente en otra edición, son paraísos naturales, son reservorios de lo poco y nada que va quedando de lo mucho que la madre tierra nos ha mostrado, protegerlos es nuestra misión ahora, no después…

Agradecimentos y fotos de ballenas 

MaryTierra Expediciones

@marytierra.atacama

 

       

Revista BIOMA 2021

 

 

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