
REVISTA BIOMA
vida al sur de la tierra
ISSN 0719-093X
ESPECIAL HOMO ET MARE
Un poeta nacido entre islas y pobreza en el Caribe, llamado Derek Walcott, dijo una vez mientras destinaba todas sus energías creativas las palabras: “Respeto para la condición humana y no para la historia”, dejando entrever que nuestras obras, nuestras acciones, no se hacen para hacer sino para ser.
Y en los parámetros de estas obras humanas se encuentran los orígenes de nuestra cultura, de nuestra civilización, desde donde construimos estos sueños, nuestra cosmovisión, los pueblos ancestrales. Todos, los conocidos y no conocidos, llegaron alternadamente, de una u otra manera, en un tiempo u otro a donde todo nació, el mar.
“Al final de esta frase, empezará a llover.
Al filo de la lluvia, una vela.
Lentamente la vela perderá la vista de las islas.
Dentro de una niebla se irá la creencia en los puertos
de toda una raza”.
Del poema Archipiélago de D. Walcott
Intentar proyectar nuestra imaginación hacia nuestra cultura y lograr visualizarla sin el océano Pacífico, crearía ciertamente una representación de nosotros mismos muy alejada de lo que hoy somos como país, con 4300 kilómetros de costa, eventualmente el frente marítimo más extenso de este océano. En este escenario coherentemente virtuoso y sensiblemente bello coexisten naturalmente un estado de contemplación hacia el mar, creando un despliegue de una epopeya de palabras y poesía que representan un bien natural de Chile, un maritorio extenso y profundo lleno de riquezas naturales, no para explotar y agotar, sino para admirar y tratar de comprender su magnífica existencia, como el canto de las ballenas en Chañaral de Aceituno.
El mar chileno, lejos de ser una ilustración inocua de aventuras infantiles de playa, balde, toalla y paletas, es un complemento visual de nuestra existencia, exclusivo de nuestra cosmovisión más profunda y no sólo porque vivamos en sus costas, sino porque son la esencia biológica de la vida en la Tierra.
No obstante, ante estas palabras que nos muestran un océano el cual debiéramos casi honrar, como lo hacen los Hindúes a las aguas del Ganges, en Chile no necesariamente es así. O es un lugar para poner un condominio con vista al mar o es una caleta para ir a comprar pescado. Un ejemplo de este panorama es que en Estados Unidos hay una embarcación por cada 15 habitantes; en Nueva Zelanda hay una embarcación por cada 7 habitantes; y en Chile hay una por cada 15.500 habitantes. Esto no significa que todos debamos tener un bote para ir a pescar, no, sólo es una gráfica estadística de la coexistencia con el entorno. Podría interpretarse de dos maneras, una es que vivimos en un país rico en recursos marinos para explotar, y que deberíamos ser un país de pescadores. La poca lógica de esto nos lleva a la segunda opción, que es que prácticamente en un país marino, con pocas embarcaciones por habitante. Significa que no sobreexplotamos como ciudadanos los recursos del mar, pero… para variar siempre va a existir la industria pesquera que arrasa con todo.
El poeta Ignacio Ballcels siempre afirmó que los chilenos no se han dado cuenta aún de que Chile es un archipiélago. Él decía: “Cada vez que yo he preguntado ¿qué es exactamente un archipiélago? La respuesta es siempre la misma: Un conjunto de islas”. Sin embargo, esa es la respuesta en castellano, porque se encuentra otro concepto cuando se analiza no sólo la etimología esencial de la palabra, sino algunos poemas. Archi significa muchos, innumerables, tal vez hasta infinitos y Piélago proviene del griego y significa océano y mar. Pero también abismos e inmensidades, por tanto, un archipiélago no es necesariamente un conjunto de islas, sino más bien un conjunto de mares, de abismos e inmensidades y esa diferencia es radical”.
Lo anterior es una tesis que puede estar bajo la libre interpretación de cada uno de nosotros. Es más, si se observa por ejemplo que Chile es un país tricontinental de mar presencial, es decir que está en todos lados o estuvo, da una nueva perspectiva del este esquema imaginario. Tenemos por un lado al continente Sudamericano, la Polinesia por Rapa Nui y claro, el continente Antártico. Entonces nos parece obvio, mirándolo de esa manera, que Chile es un “archipiélago” rodeado de inmensidad y por qué no decirlo de abismos, sin mencionar además las 200 millas náuticas hacia el interior del océano Pacifico. Inmensidad es lo que nos sobra.
Con un 70% de agua en el planeta no somos anfibios, nadamos y nos sumergimos pero con suerte podemos soportar tres minutos sin respirar bajo el agua, y ni tan profundo tampoco, si no la presión nos mata. Y nada más que hasta unos 200 metros, pero sólo buzos extremadamente preparados que a esa profundidad pueden estar unos 20 minutos como máximo. No estamos diseñados para adentrarnos en los océanos, somos de otro planeta, irónicamente el planeta se llama Tierra y no Mar, ciertamente es una gran barrera que nos separa de ese otro mundo.
Estas han sido reflexiones y cavilaciones en torno a un elemento tan vital para el planeta y que a pesar de eso no pertenecemos a él necesariamente, estamos lejos de sus secretos pero dependemos casi un 99 por ciento del mar para subsistir. No por sus peces y sus recursos, sino porque es el ingrediente principal que determinó la aparición y posterior evolución de la vida en el planeta. No obstante también es y será fuente de inspiración para todo tipo de sueños artísticos, románticos y peores pesadillas, por eso su profundidad no es más que el reflejo de nuestra propia y oscura existencia que tiene a los mares y su contenido biológico al filo de la extinción y el daño permanente, al menos mientras existamos en sus orillas.
“Viejo océano, los hombres, a pesar de la excelencia de sus métodos, todavía no han conseguido, ayudados de los procedimientos de investigación de la ciencia, medir la profundidad vertiginosa de tus abismos, los cuales han reconocido inaccesiblemente las sondas más largas y pesadas. A los peces… les está permitido: no a los hombres. A menudo me he preguntado qué será fácil de reconocer: la profundidad del océano o la profundidad del corazón humano”.
Revista BIOMA 2022