MUNDOS OPUESTOS ¿arte rupestre que nos conecta?
Todo comenzó cuando iniciábamos una suerte de viaje de investigación argumental de contenidos, algo así como ratón de biblioteca revisando nuestro archivo fotográfico y papers de investigación arqueológica y antropológica. Buscábamos información que nos diera pistas de los orígenes de nuestra cultura precolombina de la región de Coquimbo; los pueblos Diaguita, Molle y Ánima, cuando nos encontramos con algunos antecedentes externos y en primera instancia muy ajenos a la realidad local, la reacción inmediata fue una desarticulación de la percepción de lo que conocíamos previamente sobre el tema del alcance cultural de los sitios arqueológicos y sus bellos petroglifos preincaicos y precolombinos de los Valles de la Provincia del Choapa, la zona con mayor riqueza patrimonial de arte rupestre del país.
Se trataba de una fotografía de un petroglifo, encontrado en una remota isla de la micronesia y que guardaba una axiomática similitud con arte rupestre en Chile.
Por tanto, de ratones de biblioteca, pasamos a tener una aventura virtual de investigación como el mítico personaje de Indiana Jones, pero que en la realidad nos llevó más allá de nuestras fronteras nacionales… y del tiempo.
El Mundo, cómo lo conocemos, con sus civilizaciones y culturas ha sido, es y será un inmenso puzzle de migraciones, mixturado y complejo, que muy probablemente muchas de sus piezas son simplemente inubicables o no calzan con el resto. Por tanto, se vuelve indescifrable el cómo se han desarrollado hasta el presente, más si consideramos que es un puzzle que no es inmóvil, quieto o sin vida, muy por el contrario, se retuerce y busca nuevas formas que son inherentes a las necesidades humanas, formas caóticas que se dibujan en los mapas demográficos de un planeta que ya casi no le queda espacio, ni recursos, para sostener esta incesante tasa de crecimiento que pulula por su superficie.
¿Los motivos?, Pueden ser variados y todos son parte de la naturaleza humana, aquella naturaleza intrépida y aventurera, que, gracias a conocimientos heredados, fue en busca de nuevas fuentes de alimento, tal vez nuevas tierras para colonizar, suelos fértiles o simplemente persiguiendo sueños en el horizonte infinito … ¿Qué habrá más allá?, ¿Qué secretos, fortunas o paisajes maravillosos guardan esos horizontes?, etc.
Mirando hacia muy atrás a estas exploraciones, nos encontramos con denodados grupos humanos pioneros que debieron desplazarse, por distintas páginas de la crónica humana, de continente en continente, usando a veces puentes terrestres que hoy ya ni siquiera existen como tal, y que han conformado nuevas y revolucionarias teorías de ocupación nunca antes imaginadas y que, a la luz de los hechos, hoy rompen todos los esquemas. Es el caso de los hallazgos de poblamiento americano más antiguo registrado, el hombre de Monte Verde en la Región de Los Lagos, Chile, cuya data es de unos 18.500 años, por lejos mayor de lo que se creía que fue la primera cultura de América: los grupos Clovis de nuevo México, de quienes sostenían los investigadores fueron los que poblaron todo el continente a lo largo de un corredor templado en medio de la glaciación, hace alrededor de 13.000 años atrás, pero no fue así.
En este deambular eterno de los humanos, en algunos casos, no dejaron huellas ni rastros, como escritura o arquitectura, pero otros sí, evidencias perennes que, aunque algunas surten de más dudas que de respuestas, han llegado de todas formas a cimentar los caminos o destinos tomados por culturas completas sembrando sus mitos, sus creencias, sus rituales, miedos y fortalezas por todo el globo terráqueo.
Y en ocasiones en que las excavaciones y sendas investigaciones de largos años en distintas disciplinas como la antropología, arqueología o climatología, con muestras tomadas de ADN óseos y análisis de radiocarbono (Carbono 14) han dado pistas de viajes épicos por el planeta, así mismo, testimonian atisbos neblinosos de que culturas muy ancestrales se contactaron por variadas vías, como se ha visto influencias notorias o solapadas en la cosmovisión de cada uno, en los patrones del arte rupestre, incluso en la arquitectura rudimentaria o diversas técnicas relacionadas con actividades propias de los asentamientos como la agricultura o la caza y recolección.
Hay un aforismo acuñado por el astrónomo y divulgador científico ya desparecido físicamente, Carl Sagan, que enunciaba lo siguiente: “La ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia”. Curiosamente esto podría ser de utilidad a la hora de abrir la mente a nuevos conocimientos, para entender los motivos o los caminos que tomaron algunas migraciones humanas, los porqués y los para qué de sus iniciativas. Que en algunos casos tienen pocos argumentos históricos o evidencias físicas irrefutables para entenderlas, porque sus pistas son vagas o dejan más a la imaginación y las hipótesis que a teorías convincentes o empíricas, llevándonos inevitablemente a conjeturar un sinfín de posibilidades de cómo se sucedieron, por descabelladas que estas parezcan y no se pueden descartar de plano, pero sí están ahí, escondidas.
De ser así, se dice que las migraciones por cierto que son viajes extenuantes, darwinianos en extremo, porque aportan paulatinamente a la evolución física o cultural de los visitados y los visitantes casi una suerte de panspermia genético-mental universal, que se da por naturaleza y con el paso del tiempo o simplemente impuesta por la violencia y el autoritarismo. Pero así ha sido siempre.
Regresando a lo local, es probable que los pueblos en las Américas se contactaran entre sí, a pesar de las largas distancias terrestres. No entraremos en el detalle histórico de estas culturas puesto que hay bastante información de ellos, no obstante, cabe mencionar el caso de las culturas mesoamericanas que se expandían por doquier y posteriormente en la línea de tiempo las culturas andinas también lo hicieron vorazmente, dejando marcadas huellas en los territorios y en sus habitantes dominados.
Como dice el dicho “otra cosa es con guitarra”, porque cuando hablamos de legendarias travesías, definitivamente las oceánicas, simplemente obnubilan el razonamiento de quienes temen a lo desconocido, y encienden la imaginación vivaz de los que aman la aventura y el deseo incontenible de explorar, mismo deseo que ha lanzado a muchos a viajes sin retorno.
Llegar a la orilla de la playa de los océanos de la imaginación era el fin último, ícono manifiesto de aquella necesidad de encontrar a otros, ya sea como mencionamos antes, que fuere para dominarlos o para aprender de ellos.
Así es como nos encontramos con esta interesante historia contada por una simple fotografía, que tras de ella había una epopeya de migraciones y exploración que aparentemente es inconexa con nuestra historia local, pero donde evidentemente hay gestos que insinúan ciertos lazos, ciertas similitudes que pueden confundir o aclarar nuestra perspectiva de lo que realmente sucedió hace miles de años.
El océano con sus oleajes arrolladores no fueron impedimento para iniciar grandes aventuras para los pueblos provenientes las antiguas tierras asiáticas, las rutas marinas entre las islas cercanas despertaron en ellos aquel deseo que replicó en sus mentes… ir más allá, a cientos, miles de kilómetros más lejos.
Viajemos nuevamente un momento con la imaginación, como el personaje de Bastián en la cinta “La historia sin fin”, hacia un portal espacio-temporal o, en palabras simples, en una maquina del tiempo… Estamos en Oceanía, en la Micronesia, específicamente en la isla Pohnpei, uno de los lugares tal vez más apartados de la tierra a casi 1.600 kilómetros de la masa terrestre más cercana. ¿En qué tiempo?, tal vez en el 1200 u 800 antes del presente o mucho antes, cuando se iniciaron los viajes austronesios o los melanesios por el océano Pacífico, es decir, viajes migratorios que poblaron casi todas las islas del Pacífico como Australia, Nueva Guinea y las Islas Salomón, también el archipiélago de Bismarck que incluye Vanuatu, Tonga, Samoa y tal vez, ¿porqué no? Rapa Nui.
En esta remota isla de Pohnpei se encontraba una civilización perdida, denominada así por su misterioso origen, una colosal ciudad megalítica llamada Nan Madol, que fue hogar de la dinastía Saudeleur, que fue habitada entre los siglos I y II DC durante la época de oro de las culturas del Pacífico. A pesar de esta información no se tiene claridad respecto de sus autores, no se sabe a ciencia cierta quiénes realmente fueron los constructores o, más desconcertante aún, cómo fue erguida, ya que no existe al menos en la ciudad huellas o rastros de inscripciones de ningún tipo. Así mismo, cabe señalar que su fascinante existencia va más allá de su belleza, con la que por cierto se ganó el apodo de la “Venecia del Pacífico” siendo declarada Patrimonio de la Humanidad en el 2016, al igual que Rapa Nui que también lo es.
La ingeniería que se ocupó es simplemente “de otro planeta o dimensión” por decir lo menos. ¿Por qué? Porque Nan Madol es en sí misma la suma de miles de toneladas de enormes columnas de basalto dispuestas unas encima de otras como si fueran alargados ladrillos de mampostería hechos por un gigante, tanto que algunos pesan desde las 5 toneladas hasta unas increíbles 50 toneladas que yerguen muros de hasta 15 metros de alto, y es aquí donde entra lo de “otro planeta” porque quienes las dispusieron así no lo hicieron ni con poleas ni grúas, ya que simplemente no existía ese tipo de tecnología. Nan Madol abarca unas 75 hectáreas entre los arrecifes y el mar, lo que suma (ojalá estén sentados) un peso aproximado de 750.000 toneladas métricas de pilares hexagonales de basalto y con la única cantera a 16 kilómetros de la ciudad.
Abriendo un paréntesis, una leyenda local de Pohnpei, cuenta que dos antiguos gemelos hicieron levitar las piedras con la ayuda de un gran dragón volador, y e aquí lo fascinante… que la idea o concepto de la “levitación” no nos es tan ajena. Sí, así es… porque aunque suene extraño, a más de 9.656 kilómetros de Nan Madol, en Rapa Nui cuentan las leyendas que los Moais levitaron hasta sus Ahus o plataformas por medio de una fuerza mística y espiritual llamada “Mana”.
En esta magnifica y misteriosa locación isleña, lejos de todo, salvaje y llena de cultura tradicional, un paraíso de palmeras y atolones de aguas turquesa con vegetación exuberantemente bella, surge un nuevo misterio, que ya es extraño sólo por existir. En la isla principal se encuentra una rica “veta” de arte rupestre, plagada de imágenes misteriosas, líneas y figuras antropomorfas y zoomorfas, un afloramiento de roca que como un cuaderno narra una indescifrable historia ancestral, pero… surge otra imagen escondida entre las espesura de la selva, ahí impávida, quieta y silente, un petroglifo u arte rupestre (fotografía superior en la portada), que si bien no grafica su significado, porque aún no se contextualiza, sostiene entre sus bajos relieves el secreto que nos “desarticuló nuestra percepción”.
La fotografía del petroglifo, nos la envío nuestra colaboradora, la Antropóloga Cultural Ashley Meredith de la FMS Oficina de los Archivos Nacionales, Cultura y Preservación Histórica de los Estados Federados de Micronesia.
Su geometría irregular y notoriamente realizada por el hombre, es decir que no es de origen natural, por su complejidad y misterioso significado encendió la atención particular de nuestro equipo de contenidos en Revista BIOMA.
Así es, a pesar de la ubicación de este petroglifo en la Isla de Pohnpei, su morfología bidimensional no nos fue ajena, más bien, fue como ver a un viejo amigo, algo muy habitual de ver, pero a más de 13.000 kilómetros de distancia de ahí, concretamente en lo profundo de la provincia del Choapa, Región de Coquimbo, Chile.
Estamos ahora en el valle de Llamuco, comuna de Salamanca, Chile y estamos frente a otros petroglifos, que abundan, con distintas variaciones gráficas pero que en esencia todos hacen referencia (en hipótesis) a que se trata de una representación cosmogónica del planeta “Venus”.
Tanto en la isla Pohnpei, como nuestra colaboradora antropóloga, desconocían de la existencia de arte rupestre en Chile que tuviera estas similitudes ideográficas, a pesar de eso nos comenta que a 3.187 kilómetros de la isla de Pohnpei se han encontrado las mismas imágenes figurativas de una suerte de cruz que irradia líneas al exterior y en ni más ni menos que en el Archipiélago de Nueva Caledonia.
En nuestra investigación buscando respuestas, conversamos con Claudio Cristino, Arqueólogo Profesor Asociado del Departamento de Antropología, FACSO, director del Centro de Estudios Isla de Pascua y Oceanía de la Universidad de Chile, a quien preguntamos brevemente sobre estos petroglifos tan distantes uno de otros, pero con un fuerte vinculo conceptual y nos comentó lo siguiente:
“Son notablemente similares, pero son símbolos que se ven en muchas culturas a través del espacio y tiempo. En este caso, creo es una casualidad o un viejo concepto transportado por milenios en sucesivas migraciones.
Contacto entre Polinesia (no Micronesia) existió sin duda y hay evidencia osteológica (cráneos), estudios de ADN y transporte de plantas y animales entre Polinesia y zonas como por ejemplo Isla Mocha, donde se encontraron restos de gallinas cuyo origen es pre/europeo y del SE asiático en origen, dispersadas por polinesios en todo el Pacífico. A su vez, plantas como el camote y la calabaza, de origen americano, fueron llevadas también a Polinesia. Recientemente se han publicado varios artículos que proponen presencia de genes americanos en Polinesia Oriental y que sugieren contacto.
No hay dudas que hace aproximadamente 1000-1300 hubo contactos entre polinesios y América. Lo contrario es dudoso. No veo una relación entre Micronesia y América a menos que los conceptos expresados en el arte rupestre se hayan transmitido desde un lejano pasado” …
Ciertamente hay mucho por aprender e investigar, nuestro querido amigo cierra su comentario con esta frase “Interesante tema a revisar…” Claro está que nuevamente aquí podemos repetir (y es muy aplicable) el aforismo “la ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia” ya que las investigaciones hablan de contacto entre Polinesia y América gracias a evidencias fehacientes encontradas. Sin embargo, no existía tal vez la certeza de que pueblos de la micronesia, es decir, no de la polinesia, hayan dejado huellas de sus viajes y menos que surgieran de un hito histórico/arqueológico como Nan Madol.
Pero, según estudios de los petroglifos o más bien interpretaciones analíticas de ellos y su historia local tradicional del pueblo diaguita en Choapa, mucho de la simbología hoy descubierta y documentada tiene significados cosmogónicos y profundamente místicos, incluso chamánicos.
Hicimos un ejercicio práctico y antes de mencionar la procedencia del petroglifo de Nan Madol se lo enseñamos a dos investigadores de la comuna de Salamanca. Para Jairo Nordenflycht, Guía local e investigador cultural de la cosmovisión andina, su respuesta fue contundente y muy segura: “Representa al planeta Venus”. Y el otro investigador es Coca Marley Campillay, veterinario de profesión, pero un eximio estudioso del patrimonio cultural de los pueblos ancestrales y su cosmovisión, quien espontáneamente coincidió y sin titubeos dijo “es Venus”. También agregó:
“El contacto entre pueblos ha sido siempre en la historia de la humanidad motor de progreso. El contacto significa intercambio de productos y saberes que enriquecen a las partes y contribuyen al desarrollo humano. Tanto es así que en el mundo andino los encuentros se celebran y existe para ellos un término particular con un significado filosófico que va mucho más allá de la definición de una simple reunión: Tinku. Las antiguas rutas de contacto no sólo estaban dedicadas al comercio, sino que también a las ideas. En Abya Yala hemos visto cómo algunos códigos de la naturaleza que permitían explicar fenómenos cosmogónicos en un pueblo, eran adoptados o heredados por pueblos posteriores o de otras latitudes, generándose también un enriquecimiento cultural como fruto de estas rutas de contacto. El hallazgo reciente en tierras lejanas de un símbolo presente en Abya Yala es probablemente una prueba de contacto. Cuando navegantes llegaban a nuestro continente seguramente quedaban maravillados del ecosistema y de nuestros pueblos, llevándose consigo no solo objetos, sino que también ideas y conceptos. Quizá se maravillaron al ver cómo nuestros pueblos codificaron fenómenos del cosmos para explicar y organizar fenómenos terrenales. Una posible explicación (pero no la única) para esta bella y enigmática similitud simbólica podría ser el contacto y el intercambio que tanto favorecieron a nuestros ancestros en su proceso evolutivo cultural”.
Según nuestra colaboradora de la Oficina de los Archivos Nacionales, Cultura y Preservación Histórica, la antropóloga Ashley Meredith, no se tiene certeza de la data ni de los autores reales del arte rupestre encontrado en la isla Pohnpei. No obstante, algunas estimaciones hablan de alrededor de 2000 años a/p. y tal vez estos petroglifos ni siquiera tengan relación con la ciudad megalítica de Nan madol, lo que aumenta aún más el misterio.
¿Quiénes los hicieron? ¿Cómo es que pueda existir tal similitud gráfica con culturas diametralmente opuestas en prácticamente todo sentido? ¿Hubo contacto entre la Micronesia y América? O mejor y más atrevido decir… entre Choapa y Pohnpei…
No contamos con más antecedentes, ni existen, literalmente, investigaciones sobre este tema en particular de un eventual contacto entre la cultura perdida de Nan Madol en la Micronesia y las culturas precolombinas Diaguita o anteriores a ella. Por tanto, los misterios puestos sobre la mesa en este especial de nuestra revista no buscan refutar ni las más alocadas hipótesis, ni menos plantear nuevas. Por lo mismo no podemos responder ninguna de las preguntas que nazcan de tan apasionante tema, porque para responderlas significaría antes un minucioso y largo trabajo científico (de años) en variadas disciplinas de la investigación de campo y laboratorio.
Entonces sólo nos queda jugar con la imaginación y soñar con épicas aventuras marinas de osados navegantes antiguos y tratar de entender cómo fue y cómo sucedió que un petroglifo tallado en bajo relieve hace aproximadamente 2000 años en una remota isla del Océano Pacífico más cercana a Taiwan o Nueva Guinea le hiciera un guiño gráfico y conceptual a otros tallados de arte rupestre en la precordillera de los Andes, en la provincia del Choapa, a miles de kilómetros de ahí en un solitario rincón del paisaje semiárido de Chile.
Fotografías de NanMadol y petroglifos de Pohnpei
Ashley Meredith
Fotografías petroglifos de Choapa
Jairo Nordenflicht
Jonathan Collao Figueroa
Coca Marley Campillay
RevistaBIOMA.cl
2022