EL SEÑOR DE LOS MILAGROS EN CHILE
Las calles de Santiago centro, un fin de semana cualquiera se vuelven un tanto solitarias, al menos no como es en los días hábiles, donde normalmente circulan más de dos millones de personas, pero este sábado el comercio esta casi en su totalidad cerrado, por tanto, las calles tienen un carácter más bien silente.
Pero este no es un sabado cualquiera, temprano frente a la Catedral Metropolitana de Santiago más de un centenar de fieles se reúnen en una tradicional procesión religiosa, tiñendo de morado (color emblemático) con una muy tradicional festividad que tiene mucha historia, sin embargo, no es oriunda de nuestro país, sino más bien del Perú.
Se trata del Señor de los Milagros de Pachacamilla o el Cristo moreno del Perú, según la historia de nuestro vecino país, la imagen del Jesucristo crucificado que veneran fue pintada alrededor del año 1651 en una localidad cercana a Lima, llamada Pachacamilla, en el lugar actualmente se encuentra el Santuario y Monasterio de Las Nazarenas, pero en aquella época era una casa huerta propiedad de don Diego de Tebes Manrique de Lara, en el territorio de la periferia de Lima era común la existencia de muchas personas afrodescendientes que eran muy devotos, por esa razón se le llamó el Cristo moreno.
Los historiadores locales indican que el pintor del cristo crucificado fue Pedro Dalcón un esclavo oriundo de Angola, quien realizó la obra, motivado por su profunda fe y en agradecimiento tras salvarse de la muerte, producto de una pandemia de fiebre amarilla que azotó la zona y se llevó consigo miles de vidas en una época en qué estas enfermedades no tenían ningún remedio, sino más que la resistencia o inmunidad de algunas personas que salían ilesos de esos espantosos predicamentos.
Mientras caminamos por las calles de este Santiago libre del ajetreo laboral y mundano, nos sumergimos en el humo de los incensarios con el pregnante aroma del “palo santo”, las plegarias a viva voz, los canticos religiosos y la musica de una banda devota que camina a paso lento tras la procesión. Un largo cordel rodea a los fieles cercando a las cuadrillas que portan el pesado Paso procesional (o plataforma que porta la imaginería religiosa), a las cantoras, a las que portan los inciensos y a los coordinadores quienes velan que la actividad se lleve a cabo, alrededor del cordel cientos y cientos de personas caminan, cantando, orando y acompañando al Cristo moreno hasta su destino final por este año, se trata de una escena viva que narra o demuestra fehacientemente el poder de la fe.
Una fe que se enriqueció con el paso de los siglos, tras el terremoto del 13 de noviembre de 1655, que afectó a Lima y el Callao, los escritos de época lo catalogaron como un evento natural de destrucción “total”, donde las replicas incluso se sucedieron por semanas obligando a las personas a pasar sus noches en plazas y huertos, zonas abiertas para estar a salvo de los derrumbes, sin embargo, ante el caos y un poblado prácticamente en ruinas, un humilde muro seguramente de adobe, se mantuvo intacto pese a los fuertes movimientos telúricos, era el mismo muro donde el esclavo angoleño habia pintado al Cristo crucificado unos años antes en la casa huerta.
A pesar del eventual “milagro” de que la obra de arte se mantuvo en pie entre la destrucción, pasaron casi veinte años de abandono y exposición a los elementos, no obstante, un vecino se apiadó e hizo las primeras intervenciones físicas para proteger la obra, tras eso enfermó y sanó inesperadamente lo que le fue atribuido al Cristo moreno, con eso se dio inicio al rumor de un “milagro” lo que atrajo a una suerte de peregrinaje de creyentes que comenzaron a visitar la antigua pintura.
Esta historia no estuvo exenta de polémica, ya que según escritos de época narran que un párroco, don José Laureano de Mena denunció que a los pies de la pintura “negros esclavos celebraban fiestas indecentes” por lo que en 1671 las autoridades eclesiásticas ordenaron borrar el fresco de la pared y así evitar los problemas causados por los esclavos, a pesar de eso la orden de borrado no fue realizada, porque nueva y “milagrosamente” extraños sucesos impidieron que el Cristo moreno desapareciera, estos hechos misteriosos lograron que se desistiera y tras unos días se llevó a cabo en el humilde lugar la primera misa.
De vuelta al presente, las calles de Santiago se estrechan cada vez más con los devotos que lidian por caminar cerca de la imagen y en lo posible poder tocarla, las cuadrillas que cargan el Paso procesional se detienen cada tramo para turnarse y descansar, momento que se efectúa otro ritual improvisado y algo caótico que consiste en la bendición de niños, los que son levantados hasta la altura de la replica del Señor de los Milagros donde reciben una suerte de bendición express.
Desde ese remoto 1671 el fervor ya era oficial hacia la pintura mural del Cristo moreno, al que seguramente tambien se le comenzó a llamar como el Señor de Los Milagros, tanto que el propio Virrey del Perú, Pedro Antonio Fernández de Castro Andrade y Portugal, Conde de Lemos, acudía en romería al pequeño poblado quién además ya era conocido por su devoción y exacerbadas demostraciones de bondad con los pobres.
Pero no es casualidad, que este recien pasado mes de octubre se celebre esta tradicional procesión de la imagen de la pintura de Pedro Dalcón, ya que un 20 de octubre, pero de 1687 a penas unos 32 años despues, otro terremoto de magnitud remeció los cimientos de Lima, hecho que incrementó el fervor incitando a los fieles a sacar en procesión, una réplica de la pintura por las calles, y en 1688 Sebastián de Antuñano un devoto creyente español invitó a la comunidad a hacer una ruta procesional, la que se convirtió en una arraigada tradición, que rogaba al Cristo no sólo la sanación de los enfermos sino que tambien aplacara la ira de la tierra y sus temblores.
Hoy, un 20 de octubre y muy lejos de Pachacamilla o la Plaza mayor de Lima, el Señor de Los Milagros engalana las calles de Santiago de Chile, con su creciente fervor que pinta con mil colores y con aroma a palo santo cada rincón de su travesía urbana, que como si fuese un viaje en el tiempo nos trae una antigua devoción del siglo XVII al siglo XXI en pleno tercer milenio donde la fe de sus seguidores sigue intacta.
RevistaBIOMA.cl
2024