EN LOS ZAPATOS DEL BARRIO VICTORIA
Estamos en un nuevo mes de la patria y por cierto que es inevitable rodearse de esta suerte de espíritu de festejo, que recorre por las venas de cada ciudadano chileno de norte a sur, y que este 2024 es bastante extenso por decir lo menos, pero ¿qué cosa, además de buenos asados, empanadas y cuecas es lo que convierte a estas fiestas dieciocheras, en un símbolo patrio del cual debemos estar orgullosos?, bueno podríamos reducirlo a una sola palabra, PATRIMONIO.
Claro, porque, ¿qué es un país sin patrimonio? o, mejor dicho, ¿a donde llegaría un país sin identidad?, a ningún lado claro está o peor aún, sería recipiente para una receta multicultural sin definición. Septiembre es un mes donde las tradiciones chilenas retoman su puesto, especialmente en el campo o en la ruralidad donde el paisaje se confabula con volantines y juegos al aire libre, esto independiente del lugar geográfico en donde nos encontremos o cual sea nuestra apreciación respecto a estas costumbres, es bueno abrir un paréntesis aquí antes de continuar porque cabe mencionar que es sabido que hay algunas tradiciones que son un tanto cuestionadas por diferentes motivos, pero eso lo dejaremos para otra conversación.
No obstante, todas estas costumbres ya son parte de la identidad del país y sus habitantes, aunque vale decir también que es un país bastante cosmopolita hoy por hoy. Pero a pesar de eso las tradiciones como las conocemos al ser parte de la identidad pasan a ser de una u otra forma patrimonio, declarado legalmente o no y su origen es tan diverso como sus formas, es decir, patrimonio material, inmaterial, natural, cultural, etc.
Por ejemplo, en un pueblo x de Chile, una señora es la más conocida artesana de cacharros de greda y además es, por generaciones heredera del arte culinario local, ya sea que haga las mejores empanadas o cocine las mejores cazuelas de la provincia, etc. Entonces por sí sola se vuelve un hito local, que después con el tiempo es reconocida como patrimonio vivo de la localidad donde reside, es más, a veces su fama trasciende las fronteras comunales, llegando a ser conocida a nivel regional y así sucesivamente como ha pasado en muchos casos, y ahí tenemos como ejemplo a la emblemática Violeta Parra o los Moais de Rapa Nui.
Pero entonces, ¿cómo definimos el patrimonio cultural?
Citamos la respuesta del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural:
“El patrimonio cultural es un conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman parte de prácticas sociales, a los que se les atribuyen valores a ser transmitidos, y luego resignificados, de una época a otra, o de una generación a las siguientes. Así, un objeto se transforma en patrimonio o bien cultural, o deja de serlo, mediante un proceso y/o cuando alguien -individuo o colectividad-, afirma su nueva condición (Dibam, Memoria, cultura y creación. Lineamientos políticos. Documento, Santiago, 2005).
El hecho de que el patrimonio cultural se conforme a partir de un proceso social y cultural de atribución de valores, funciones y significados, implica que no constituye algo dado de una vez y para siempre sino, más bien, es el producto de un proceso social permanente, complejo y polémico, de construcción de significados y sentidos. Así, los objetos y bienes resguardados adquieren razón de ser en la medida que se abren a nuevos sentidos y se asocian a una cultura presente que los contextualiza, los recrea e interpreta de manera dinámica.
El valor de dichos bienes y manifestaciones culturales no está en un pasado rescatado de modo fiel, sino en la relación que en el presente establecen las personas y las sociedades, con dichas huellas y testimonios. Por ello, los ciudadanos no son meros receptores pasivos sino sujetos que conocen y transforman esa realidad, posibilitando el surgimiento de nuevas interpretaciones y usos patrimoniales. Como la UNESCO ha subrayado, el término "patrimonio cultural" no siempre ha tenido el mismo significado, y en las últimas décadas ha experimentado un profundo cambio. Actualmente, ésta es una noción más abierta que también incluye expresiones de la cultura presente, y no sólo del pasado.
Por otra parte, si en un momento dicho concepto estuvo referido exclusivamente a los monumentos, ahora ha ido incorporando, gradualmente, nuevas categorías tales como las de patrimonio intangible, etnográfico o industrial, las que, a su vez, han demandado nuevos esfuerzos de conceptualización. Junto con ello se ha otorgado mayor atención a las artes de la representación, lenguas y música tradicional, así como a los sistemas filosóficos, espirituales y de información que constituyen el marco de dichas creaciones”.
Chile tiene una lista larga de estos patrimonios catalogados cada uno, por su origen y/o naturaleza, están los, llamémosle “grandes” y “pequeños”, cómo mencionamos antes, por ejemplo, la gran Violeta Parra o Gabriela Mistral o Las Torres del Paine y Humberstone, por otro lado, los pequeñitos no menos importantes como las gredas de Pomaire, el queso de cordillera, o los pastelitos de la Ligua, sólo por nombrar algunos de la casi infinita lista.
Entonces tenemos ante nosotros una riqueza enorme y variopinta, colorida, multiforme y por qué no decirlo hasta aromática, tenemos un abanico de posibilidades que merecen una entusiasta y energética puesta en valor, donde cada individuo o comunidad, debe apreciar, deliberar y decidir que tal cosa, sujeto o instancia es un patrimonio local o nacional por ello hay que salvaguardarlo, difundirlo, protegerlo y de paso, sentirse orgulloso de él.
Por tanto, en Chile, como en cualquier país del mundo, existe un gran tesoro patrimonial que nace desde cosas mínimas (a veces hasta anónimas), como las manos de un artesano hasta espacios monumentales naturales como los Parques Nacionales o actividades/expresiones creadas por las comunidades que se esparcen como el viento y se arraigan en el imaginario colectivo, como la fiesta de la Tirana o una Minga en Chiloé.
Resumiendo, cuando estemos frente a una empanada, un pastel de choclo servido en un cuenco de greda adornado con filigranas diaguitas con Merkén mapuche, viendo una carrera a la chilena, bebiendo una chupilca de harina tostada con vino, caminando alrededor de una trilla a yegua suelta, o comiendo una chochoca de papa, escuchando un vals patagón o una zampoña andina, sentados bajo el alero de una casona patronal de mediados de siglo, tenemos que enorgullecernos, pro además de eso tenemos que saber preservarlos e incentivarlos exigiéndoles a las autoridades comunales, regionales o nacionales la puesta en valor de estos patrimonios, especialmente los que no pertenecen aún a una red categorizada y reconocida por las instituciones.
La lucha por la protección/conservación y reconocimiento de los patrimonios, es a veces larga y tediosa, incluso polémica a veces, pero de verdad que merece la pena, porque claramente se trata de legados, herencias que se dejan para las generaciones actuales y las futuras, que claramente, así como están, van a necesitar de la identidad que estos patrimonios guardan.
Revista BIOMA 2024